COLORÍN Y COLORETE

(Cuento de colores para aprender a compartir) 

Colorín se despertó una mañana para ir al colegio como hacía todos los días. Se lavó, se peinó y salió de su casa rumbo a su tarea diaria en la escuela.

En principio todo parecía normal: las casas azules, los árboles azules, los coches azules, los pájaros azules, ..., hasta las  vacas que pastaban en azules prados le dieron los buenos días con su mugido de costumbre: "azzzuuuul".

Hasta aquí todo era normal, pero al llegar al patio de la escuela escuchó un gran revuelo. Enseguida descubrió la causa: esa mañana había llegado un niño nuevo al cole, venía de otro país. Colorín se quedó boquiabierto cuando vio que su ropa, su pelo, su mochila, ... todo, era de color rojo. Incluso al toser, el sonido que salía de su boca no era el que estaba acostumbrado a oir, sino "rooo-jó".

Tanta novedad tenía alterado a los niños de aquella escuela, y por supuesto a Colorín. Durante toda la clase, y en el recreo, estuvo mirando al nuevo compañero que, por cierto, se llamaba Colorete, casi como su propio nombre. Al fin se decidió a preguntarle cosas sobre el lugar de donde venía.

Los dos niños se dieron cuenta que cada uno, en sus respectivos pueblos, tenían cosas maravillosas, pero desconocían otras. No tardaron en descubrir que si compartían algunas de esas cosas, serían más felices y sus pueblos mucho más chulos. Llenos de color.

Tal fue su entusiasmo al hacer este descubrimiento, que decidieron esperar al fin de semana para alquilar el globo de su tía Acuarela y partir de viaje a lo largo del mundo en busca de otros países de diferentes colores y de otros niños con los que compartir sus posesiones.

La tarde del viernes Colorín y Colorete lo tenían todo preparado: el primero guardó en una caja (azul, por supuesto) unas botellas de agua para el viaje. Colorete hizo lo propio en otra caja (roja, por supuesto) y en ella guardó fruta del único color que conocía: manzanas, tomate, ...

En cuanto el globo comenzó a elevarse se dieron cuenta de que el azul que ocupaba los campos más próximos, dejaba paso al rojo del país de Colorete, y más lejos se extendía el amarillo de otro país desconocido, y el verde, y el marrón, y ...

En cada nueva tierra encontraban gentes de un color diferente, cada uno poseía hermosos tesoros desconocidos hasta ahora. Cuando los compartían no sabían cómo habían vivido hasta ese momento sin ellos, pues todos ellos resultaban necesarios para vivir de una forma más feliz.

En el país amarillo había abundancia de comida básica para la salud. Allí conocieron el pan, las galletas, ... Cuando cocinaron unos amarillos macarrones y Colorete les añadió un poco de rojo tomate frito, la mezcla resultó del agrado de todos.

En el país marrón vieron grandes tierras de cultivo donde crecían lentejas y alubias, pero sobre todo una semilla de la que sus habitantes fabricaban el chocolate que tanto gustaba a todos los niños.

En el país verde crecían toda clase de plantas que los habitantes de las arenosas tierras del país amarillo desconocían. Quizás unas pocas de sus semillas podrían llenar de color verde los desiertos del mundo.

El país negro parecía que no tendría nada que ofrecer, pero muy pronto descubrieron un material que al acercarle una llama ardía y daba calor a los niños más frioleros, era el carbón. Seguro que ese era un hermoso regalo para los habitantes del frío país blanco, quien a cambio, ofrecerían leche endulzada con azúcar y papillas para alimentar a los bebés de otras tierras.

Dicen que esta historia ocurrió hace cientos de años. Dicen, también, que cada vez que en un lugar del mundo hay una persona dispuesta a compartir lo que tiene, aparece en el cielo un inmenso arcoíris para recordarnos que los seres humanos tenemos que ser capaces de crear un mundo multicolor donde todos podamos vivir con dignidad.

Y... Colorín, Colorete fueron para siempre amiguetes.